Poetas en la grabadora, sin entenderlos

Carlos Pardo

Audio realizzato a Madrid, Spagna, il 10/07/2017 da Alessandro Mistrorigo

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Poetas en la grabadora, sin entenderlos

Tienen las voces tristes, de
profesionales del lamento: una
herida aguda en las amígdalas como
nostalgia del jarabe.
Es su disgusto
hecho costumbre civilizadora.

Los escucho en su lengua, sin entender al ama
de casa del abrigo rosa,
el borracho galés, la puritana
ornitóloga
y el médico de los pobres.

Incluso el ruso, que tanto me gusta,
parece el niño tonto de la especie.

Sólo podría des-
tacar una excepción: como
quien chasquea los dedos en la barra
de un restorán y cuela su comanda,
el poeta mulato abre un tiempo
entre dos olas
y ahí discurre su voz, inmemorial
y grave,
ya historia de los hombres.

Pero después teatraliza (es hombre
de teatro
con modos de locutor)
y ya sólo le guía, a ciegas (como a Homero),
el sentido de su significado.

Y a su prodigio de barítono
lo tiñe el eco de quien es feliz
en una biblioteca.

Un poco
más de extrañeza se agradecería,
fantaseo. Un idioma impermeable
a la mímesis, como el japonés,
y no esto que es casi neutral
(para un occidental).

Pero qué decepción oír sin comprender
ese cuidado por la exactitud.

Aquí no alienta el Verbo de San Juan.

Los poetas carecen
de mística: oímos la voz
no la palabra
(el cuerpo,
no el espíritu).

Es Satanás quien habla, la cabrita
con labios de doncella.

¿Tuvo
el hombre de Atapuerca
esta superstición de la palabra
justa?
¿Qué nos sugiere
el mito de la torre de Babel?

¿Un idioma extranjero
evidencia el propósito final
-supersticiosamente oculto
en trajes regionales?

Aquí todo es la cáscara
o el corpachón,
como quieras llamarlo:

el jadeo, el susurro, el
inquebrantable aullido lastimero
de hiena que nos acompaña
como la madre al novio el día
de su proyección social.

¿Fue Babel la primera alegoría
elaborada de una enfermedad?

¿Es
cada palabra
síntoma de esa enfermedad?

Y, por último,
¿qué enfermedad?

Dispénsanos,
deidad de los homínidos,
de ir haciendo el ridículo
delante de otros animales.

Olvidemos las cosas
que aún podemos comprender,
nuestro ajuar de matices anticuados
como Anna Karenina, y no
la garganta
agonizante.

“Los allanadores” (Pre-textos 2015)