Noche de la memoria

Guillermo Carnero

Audio realizzato a Valencia, Spagna, il 18/07/2017 da Alessandro Mistrorigo

Poema in Spagnolo

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Noche de la memoria
La gran luz natural de los sentidos
no tiene fundamento donde anclarse
y así flota sin rumbo ni certeza,
escrita sobre el agua por el soplo del tiempo.
Sus olas se suceden en la noche
y en la miseria del entendimiento,
que no sabe leerles su designio
de ser un leve rasgo de blancura
en la página negra, noche clara
por la luz cegadora del sonido.
Con la caligrafía de su arrullo
el tiempo disemina sobre el agua
ese significado que no puede
ser certeza y nombrarse,
y existe como pájaro que asciende
siendo sólo rasguño de color,
la huida de la imagen de haber sido,
mientras la terquedad de su pregunta
se revuelve en su noche y en la mía. 
Debería bastarme la verdad
en que se desvanece su figura 
en el paralelismo de las líneas
descendiendo y borrándose en la página
rasgada por el viento en el que mueren,
en la oclusión del blanco enmudecido.
Las veo replegarse y retenerse
al tiempo que las alza la marea
a las aguas azules del gran río,
y allí tejen un leve diagrama
entrecruzando líneas que no saben
detenerse: se cruzan detenidas
en el ojo vidriado por el tiempo,
y sólo allí persisten.
Así es vida
no saber ni nombrar, pero morir
es también pasar sólo, sin nombrarse;
y si en la luz rotunda de las cosas
no pensadas ni escritas hay acaso
mejor y más total conocimiento,
también la noche inquiere como espejo
ante el que no es posible hurtar el rostro:
dos hileras solemnes de farolas
que no pueden estar así brillando
sin interrogación, porque conducen
a la estación vacía, duda cóncava
persistente en su luz.
Si la luz brilla
a medianoche tengo que pensarme
porque sabe de mí, trae mi espejo.
Los raíles se engarzan detenidos
en la estación vidriada por la muerte.
Por el cristal trasero, en el último coche,
los veía danzar, aproximarse,
desunirse, cruzarse sobre el puente,
mientras debajo, en verde y gris, crecía
la marea, pautando el río azul.
Su realidad huía conciliada
en la fugacidad del movimiento
de un puñado de líneas con su brillo.
No puedo retenerlas ni volver
a la mirada viva donde estaban
siendo al perderse.
Qué poca realidad,
cuántas formas distintas de no ver 
para llegar al fin al gran engaño:
un puñado de líneas que se cruzan
sin brillo y sin color en la memoria.
El tren remonta el río; en sus colores
suena la gravidez de la marea.
Desde el andén lo veo remontar
la ingravidez del tiempo, mero signo
incoloro por ley de la memoria,
mudo tras su cristal. Su geometría
no resplandece como en la luz griega
el torso cenital de un dios desnudo;
sus doce aristas urden el vacío
en la expansión de cuatro diagonales 
calcinadas, un signo de extrañeza
en la luz que no viene desde el cielo
y no trae su ofrenda complacida
de realidad, el don de los sentidos
que no sabemos retener; se pierde
como espejo de agua entre las manos
esperando a existir al ser leído
en la distancia inmóvil de algún sueño.
Memoria, no me salvas en el tuyo,
eres mal tejedor. Algunas veces
recuerdas el acento y las palabras,
el cómo y el porqué, traes la efigie,
el atrezzo, la luz y el escenario; 
otras tan sólo briznas y fragmentos
de indeterminación, leves jirones
de música, retazos de color
sin el lugar y el rostro que tuvieron,
huérfanos de su norte y su sentido
pero con terquedad de tatuaje,
entremezclando vidas como naipes
en muchas otras manos y en las mías;
o el vacío de cosas que he olvidado,
con la aureola intacta de su olvido.
Eres pájaro burdo y azaroso
al reclamar la voz y el alimento:
chapoteas, enturbias, encenagas,
no sabes avistar el pececillo
brillante en la quietud del agua límpida.
Acudir a tu juego es ver cubrirse
las aguas del espejo de gran niebla:
un reducido número de estampas
indecisas, que pierden
densidad y volumen, como el humo;
el guía que me burla y llega siempre
a desaparecer tras los recodos,
escurridizo, artero, suplantándose
sin que nunca le pueda ver el rostro,
que es el mío: palabras
en un espejo escrito y aplazado,
en las apariciones de una sombra
que se esconde detrás de la cortina,
confunde su papel y olvida el gesto
o impone su evidencia mentirosa
de actor de cine mudo que ha pasado
con demasiadas muecas al sonoro;
un texto que se pierde en el reverso,
el espesor y el margen del papel,
que nace con las dudas
de su sentido y de su desaliento,
paréntesis inscrito en una historia en blanco.

"Espejo de gran niebla" (Tusquets 2002)