Nada de mujer, hembra o animal femenino

Armando Romero

Registrazione audio realizzata a Venezia, Italia, il 24/06/2015 da Alessandro Mistrorigo.

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Nada de mujer, hembra o animal femenino

De aquí en adelante ya no habrá más mujeres.
Se levanta el puente sobre la cubierta y ellas allá, a la distancia, saludando.
No habrá de ellas más presencia, tal vez una llamada por teléfono, una postal
para enviar desde Daphni.
No estarán sus vestidos como banderas columpiándose en las alambradas.
Ni el roce de un perfume contra la tarde.
Nadie llevará rouge en los labios, el pelo suelto contra la espalda.
El monte Athos enhiesto será todo Zeus mas no Venus.
Las caderas serán estrechas y el grito de un niño la ilusión de un pájaro o un cerdo 
pequeño.
Habrá peces sí pero no el espejo de sus pieles.
Por los corredores de los monasterios no repicará el taconeo de sus zapatos.
Ausencia habrá de cierto orden, la inefable disciplina que conllevan.
No habrá el silencio que viene con su silencio, ni alegría, ni rabia, ni tormento.
Narra la historia que un icono de la Virgen, furioso, le incriminó a la emperatriz Pulcheria
cuando visitaba el monasterio de Vatopedi: “No sigas adelante, en este lugar hay otra Reina y no eres tú.”
Nada de mujer, hembra o animal femenino caminará entonces por veredas, montes o el 
cuartel de los monjes alucinados.
[Cierto es que en Pantocrátoras vi gallinas precedidas de polluelos y en Docheiariou 
maullaban gatas por los gatos].
“Sólo con la divinidad es la cópula permitida”, decía el monje Palamás con su acento de 
Oxford.
“Sólo en la noche la oración bendice las almas”, decía el eremita de Santa Ana.
“El sucio”, un aprendiz de monje que a todo huele a la distancia, ríe en su griego de 
entredientes y al monje mayor sirve: “No hubo ni habrá mujeres en este santuario”, dice.
¿Y cómo sería si ellas vinieran y lo limpiaran todo?, nos preguntamos.
No ver mujeres por días y ya ahí mismo nos hacen falta.
No aquí, decidimos.
Dejemos esto para saber que existen,
y que por ellas existimos.
Lo mismo estos monjes que las ven a la distancia.

“Hagion Oros. El monte santo” (Caracas, 2001)